Como si fuera de otro planeta, así me sentía yo en mi infancia.

Escondiéndome para jugar, ocultando mis comportamientos, además para evitar lastimar a nadie.

¿Se puede ocultar una vida? Yo lo hice.

Desde pequeño y a medida que crecía era consciente de que como yo era no gustaba a los demás.

Me oculté del mundo. Opté por pasar el máximo tiempo posible a solas.

Me convertí en un niño solitario, triste e incomprendido. El calificativo “raro” siempre me colgaba cual medalla llevara en mi pecho.

Y lo era, yo era raro porque la sociedad me calificaba así por no jugar con niños en el recreo, no gustarme los juegos de mayor fuerza física o simplemente por no presumir de tener una posible novia en la escuela. Yo era el diferente y no solía gustar.

El hecho de pasar tanto tiempo a solas me permitió interiorizar mucho. Me ayudó a desarrollar una fuerte intuición. Sabía que pensaban mis familiares de mí, podía adivinar sus reacciones.

Eso me tensaba más aún dado que vivía ocultándome y siempre temía que me descubrieran.

No era un temor injustificado. En casa la homosexualidad no tenía buena prensa. Se tachaba de algo propio de viciosos, sucio e inapropiado.

Luego todo ello me confirmaba que no tenía cabida en este mundo.

Sufría mucho en silencio. No veía futuro para mí. Siempre imaginaba que llegado un futuro, optaría por concluir mi vida.

Mi infancia no fue dulce, la viví muy angustiado. Tuve grandes carencias afectivas. En casa se priorizaba la parte laboral y todo lo demás pasaba a ser secundario.

Tuve que reinventarme a mí mismo.

Quizás hubiera necesitado más empatía y comprensión pero me consta que mis familiares lo hicieron lo mejor que pudieron.

Mi padre era muy machista y la relación con él fue algo más compleja.  De algún modo en mi interior, me sentía culpable por ser gay.

Nunca pude transitar el dolor en mi infancia. Si bien, encontré ocupaciones que me hicieron tener ciertas ilusiones que reforzaron mi autoestima.

Tuve ese descubrimiento dedicándome a estudiar. Fui más amigo de libros que de personas. De ese modo aproveché la fuerte energía que me poseía en mis crisis emocionales para potenciar mi formación académica.

Desarrollé habilidades de aprendizaje, memorización, comprensión que me motivaron a conseguir buenas calificaciones en la escuela.

Aunque siempre me sentí excluido, fuera de lugar e incomprendido, el hecho de esforzarme y lograr buenas calificaciones me hizo encontrar un motivo para seguir avanzando en mi vida.

A veces llegaba mi mente la fantasía de que algún tendría que ir a la MILI (antiguo servicio militar obligatorio en España). Este pensamiento me generaba un terrible pánico. Observar la posibilidad de verme lejos de mi madre durante meses, rodeado de chicos con los que me costaba relacionarme, me hacía tener episodios de ansiedad. Nuevamente este sentir lo reservaba para mí y me generaba un sufrimiento importante.

Siempre vivía atormentado. Tenía una mente débil, me sentía inseguro. Desde mi hogar familiar no se potenció la confianza sino el miedo.

No fue una infancia dulce la mía. Si bien hoy, transcurridos muchos años, agradezco que enfrentarme a situaciones difíciles me ha ayudado a ser más fuerte.

Fui una planta que sobrevivió junto a las piedras. Una planta que no se regaba y a la cual no se le permitía refugiarse ante situaciones extremas. Una planta que salió adelante gracias a su fuerza interior.

Vivir todas estas experiencias me ha permitido ser una persona más fuerte, más tenaz y disponer de un campo de observación más amplio y más reflexivo.

Si tú has vivido experiencias de acoso en tu infancia, muy probablemente en tu infancia no pudiste gestionar la situación.

No obstante, es importante que valores la situación vivida como una oportunidad. Has trascendido dolor, quizás soledad, rechazo y aun así, estás aquí en el momento presente.

Sabes que si esta situación se presenta en tu vida de nuevo, la vas a superar con éxito. Pero además ahora puedes desapegarte del dolor que si te produjo antaño.

Ahora eres consciente que si te rechazaban es por algún motivo que la otra persona tiene en su interior.

Al tu no sentirte ya ligado a ese rechazo, no te afecta tanto y aumenta la probabilidad de que estas situaciones no se repitan tanto en tu vida.

¡A lo que te resistes, persiste! Este dicho es una prueba de la no gestión de un aprendizaje.

Hoy deseo aportarte algunas sugerencias para invitarte a la reflexión:

  1. Cada situación que vives te invita a un aprendizaje.
  2. Si lo integras: evolucionas.
  3. Si te resistes: el aprendizaje se repetirá hasta que lo aceptes.
  4. Si lo niegas: el aprendizaje se mostrará cada vez más intensificado para ayudarte a despertar de tu letargo y evolucionar.

Cada persona tiene libre albedrío. Es decir, indistintamente de que sea más adecuado realizar la acción A, puede elegir realizar la acción B porque es su elección.

Dado que en la vida tenemos unos cometidos previstos para crecer interiormente, se propicia que se den los aprendizajes perfectos para invitarte a evolucionar.

Por ejemplo: deseas comprarte un coche nuevo porque llevas bastante tiempo en paro. Acabas de encontrar un nuevo empleo y necesitas el vehículo como medio de transporte al trabajo.

Te diriges a informarte a varios concesionarios de vehículos y te ponen ciertos impedimentos en la financiación del nuevo vehículo.

Tus familiares te comentan que sería más adecuado que compraras un vehículo de segunda mano porque tu contrato laboral es temporal. Te sugieren que optes por esa vía de menor gasto ante la probabilidad de que no te renueven tu contrato actual de trabajo.

Tú persistes en tu propósito de comprar el coche nuevo a pesar de las señales recibidas. Puedes elegir no escuchar las señales dado que tienes el libre albedrío.

Entonces accedes a financiar el vehículo nuevo y a los seis meses finaliza tu contrato y quedas de nuevo en paro laboral.

Has eludido transitar el aprendizaje y ahora de nuevo vuelves a repetir paro laboral con una situación económica más preocupante que la que tenías hace seis meses.

Por ello, es importante reflexionar sobre los aprendizajes que trascendemos y escucharlos atentamente.

  • Las cargas. Muchas veces soportas cargas que tienes tan inmersas en ti que te cuesta separarlas de tu persona.

Llevas una vida con mucho estrés (las tareas del hogar, el trabajo, la cocina, etc.). Asumes la responsabilidad de coordinar todas estas tareas de un modo robótico impidiéndote disfrutar del día, la tarde o el momento libre que tienes.

Te exiges más para tenerlo todo perfecto, controlado y en su sitio justo. Te olvidas de pedir ayuda a tu pareja, compañero o familiar y te cargas excesivamente sin razón justificada.

Sientes que como tú nadie lo va a hacer, con tanta perfección y tu nivel de exigencia llega a asfixiarte.

Reflexiona sobre tus exigencias:

Date permiso amorosamente para mimarte. Por ejemplo:

  • Date caprichos como comer tu comida favorita
  • Dedicar una hora a leer tu libro preferido
  • Ir al gimnasio o llamar a ese amigo que te comprende

La simple repetición de frases como las siguientes es sanador:

  • Me doy permiso para descansar un par de horas
  • Me permito disponer de esta tarde para disfrutar de mis amigos
  • O ahora elijo disfrutar en el parque con mis hijos

Estas frases te aportan un respiro. Te regalan una libertad que tú te estás negando.

¡Permítete ser feliz, tú tienes la llave de tu felicidad!

Muchas veces nos lamentamos de estar sumamente agobiados o echamos las culpas al otro de no tener ayuda en las diversas tareas de diario.

¿Pero realmente te apetece esa ayuda?

Si miras en tu interior, es posible que te estés boicoteando e impidiéndote tener ese espacio para ti.

Te castigas porque en tu moral existe la creencia de que “tienes” que tener todo en orden, limpio, perfecto, a punto para ser feliz.

¿Lo ves?

La trampa te la pones tú, tú te boicoteas y te impides ser feliz.

Deseo que estas reflexiones te ayuden a eliminar las barreras que te impiden ser feliz.

¡Hasta pronto! «Ámate, por favor».